miércoles, 5 de marzo de 2025

AETP

Los cautivos esperan el momento en que les llamen a capítulo. Presuponen que después de cruzar la puerta de la celda donde están hacinados les conducirán a un lugar en el que pondrán fin a sus vidas. Esto concluyen porque nadie ha vuelto después de ser reclamado por los cuidadores, porque nadie en el exterior -pues tienen derecho a comunicarse con sus seres queridos- ha sabido de ellos allá fuera, ese mundo que parece ahora tan remoto.

Las dimensiones de la celda son razonablemente grandes si la ocupasen un número cabal de personas y no las veinte, llegaron a ser veintiséis, que ahora están. Todos son esquiroles del sector del transporte, que lleva semanas en huelga y castiga sin piedad a quienes dudan de la causa.

Han llegado a la celda desde distintos lugares, pero la manera en la que lo han hecho ha sido casi idéntica. Desoyendo la circular del sindicato salen a trabajar de buena mañana. Recogen la mercancía en su origen y se dirigen a su destino. Entre esos dos puntos un piquete les obliga a detenerse. Entre improperios y empujones les obligan a bajar de la cabina del camión. Ya en tierra firme, reciben un fuerte golpe, a veces más efectivo que otras y con la conciencia al mínimo, son introducidos en una furgoneta (hay varias por toda España destinadas a este fin) y son conducidos con los ojos vendados a las coordenadas del lugar donde los tienen cautivos.

Una vez al día tienen un máximo de diez minutos para hablar por teléfono. Los presos dicen en voz alta el teléfono al que quieren llamar, los vigilantes confirman la pertinencia del número y marcan. En una esquina está el teléfono desde el que hablan. Es de admirar el silencio en la sala durante las más de tres horas de llamadas (diez minutos por veinte personas, doscientos minutos). Los retenidos empatizan entre sí, saben que transmitir cierta tranquilidad al exterior es importante para sus interlocutores. Al mínimo que hablasen entre sí, en ese lugar sería imposible mantener una conversación telefónica, con las habituales fallas de estas comunicaciones, que si ahora te oigo peor, que qué has dicho, qué jaleo hay por allí, ¿no?

La escasa higiene empieza a hacerse notar. En el cuarto donde están encerrados tienen una letrina y un plato de ducha. Siempre están ocupados. Cuando eran veintiséis había quien no resistía y meaba en la ducha por imperioso reclamo de la vejiga.

En la puerta de acceso hay una trampilla a través de la cual reciben la comida, que se reparte dos veces al día. Llegan bolsas, el mismo número que reclusos, y cada uno se las administra. Por la mañana es siempre un café con galletas y una pieza de fruta. A mediodía un táper con la misma cantidad de rancho para todos, un trozo de pan y agua. A la noche no reciben nada. Los restos tienen que tirarlos en un cubo de basura que vacían todos los días a la hora de apagar la luz. Acercan el cubo a la puerta, esta se abre y lo dejan fuera. Por cuestiones de seguridad hay una puerta, un descansillo y una segunda puerta. Es una medida preventiva que toman los raptores cuando retiran el cubo y cuando citan a los camioneros. Hay un sistema de megafonía con el que se comunican con ellos. Para preguntarles por el número al que quieren llamar y para requerirles para esa última cita cuyo propósito es incierto.

Algunos de los retenidos no atina a calcular cuántos días lleva allí. En cualquier caso, no pueden ser más de dos semanas pero en ese tiempo hay quien ya ha empezado a perder algo de apego con la realidad. Pasar los días sin un quehacer le condena a uno a divagar y pervertir cualquier pensamiento, que en su nacimiento tuvo un sentido pero con la suma de derivadas, conjeturas y subordinadas pasa a ser una abominación.

Un vigilante ha accedido a revelar qué les ocurre cuando salen de la celda. Al otro lado les espera su pareja en una sala con tres sillones. Cuando el caminero, todos son hombres, ocupa su sitio aún queda uno libre. La emoción desborda al liberado, lo peor ha pasado, o eso piensa. Alguno se pone en lo peor, teme que su pareja esté en la misma penosa situación que él. Esta idea le dura poco, pues recuerda que ha hablado con ella estos últimos días. Recobra la felicidad pero queda un resquicio de duda. Entonces qué hace aquí tan tranquila.

Su condición de disidentes con las directrices del Sindicato Horizontal del Transporte (SHT) no era la causa de haber sido apresados. Todos, los veinte que quedan y los veintiséis que llegaron a ser, son puteros. La Asociación de Esposas de Transportistas Puteros (AETP) vieron alinearse los astros el día en que las noticias reseñaban las confrontaciones entre quienes secundaban la huelga y quienes no. Se hicieron con unas cuantas furgonetas de alquiler siguiendo unos sencillos pasos por internet y salieron a la carretera. Aquellas que no tenían hijos se ofrecieron voluntarias. Sumaron como fuerza bruta para acometer los secuestros a los miembros de una asociación con la que la AETP tiene una estrecha relación. La Asociación de Bares de Carretera (ABC). Hartos de cómo dejan los baños, de las veces que les han traicionado por un bocadillo de una estación de servicio, pero sobre todo simpatizando con las razones de la AETP para urdir el plan.

Este binomio secuestró y retuvo contra su voluntad entre el 10 y el 23 de marzo a: Juan, Javier, Carlos, Higinio, Alberto, Sergio, Juan Manuel, Ricardo, Honorato, Roberto, Pablo, Alfredo, José Carlos, Felipe, Manuel, Roberto Carlos, Francisco, Samuel, Santiago, Álvaro, Ignacio, José María, Raúl, Salvador, Esteban y Pedro.

Una vez estuvieron todos allí reunidos han empezado a desfilar de a uno. Un poco como el paseo de la vergüenza cuando ya de mañana la ciudad despierta y los que vuelven a casa después de pasar la noche en vela tienen que manejar esa situación de ir a contracorriente, de ser señalados. Aunque, claro está, esto no lo saben, apostilla el vigilante, ellos creen que van a morir.

Una prostituta se sienta en el sillón desocupado. Por lo general, no la reconocen, pues no es su costumbre ceñirse a una sola. El rapapolvo es antológico. Más allá de como evidencia física, la puta suele tomar la palabra y dejar por los suelos a Carlos, Higinio, José, Juan, quien sea. Algunos casi hubieran preferido que fuese la muerte la que aguarda tras la puerta.

Ya han pasado seis por este proceso previo a la liberación y el pastel aún no se ha destapado para los cautivos. La AETP se muestra exultante ante el éxito de su plan. Esperan haber finalizado para mediados de abril. Al ritmo de un marido al día, antes de Semana Santa todo habrá terminado. Esperan sirva de escarmiento.

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