sábado, 21 de septiembre de 2024

Anquetil

La carretera serpentea la ladera hasta la cumbre. Ciclistas se cimbrean en sus bicicletas hasta quedarse sin fuerzas y, al ver el cartel de la cima, exhalan un buche de aire final. La sangre bulle en sus piernas y marca unas venas en relieve que dibujan también carreteras que atraviesan de la frente al empeine. Pedalean en cadencias desafinadas. Hay quien es cual tren en Pekín, puntual, la zapatilla sujeta en la cala baja y sube sin estridencias, y está quien es incapaz de encadenar tres envites iguales y parece deshacerse su estructura.

Gran parte de las hazañas en una bicicleta llevadas al papel recurren a la épica en su resumen. Jan Ullrich exudaba una sustancia entre la leche y la sal las veces que sufría. En las grandes vueltas, su piel de miel curtida en veinte tardes era muestra a simple vista de las marcas que deja seguir la rueda del líder. Valverde de perfil se guardaba de miradas indiscretas y su figura famélica daba hambre. La pulga, Vicente Trueba, en la mañana cuidaba vacas y a la tarde se iba en bici a disfrutar de las subidas encadenadas, tan habituales en Cantabria. Ni medía su frecuencia cardíaca ni seguía una estricta dieta.

La grandeza de estas magnas y antinaturales gestas enraiza en la ruptura entre su terrenal armadura: ruedas, manillar y sillín, y la marcianada de sufrir durante centurias en el alquitrán. Las espaldas se arquean de una manera enferma. Cuesta pensar que puedan llegar a la tercera edad unas gentes que durante su vida dedican el día a castigarse.

Existen evidencias para afirmar que el éxtasis al trepar pendientes tan desafiantes paga de veras el tener que sacrificarse hasta la náusea. Si el ciclista deja de ir carretera arriba, y las ruedas alternan su girar, esta se vuelve bajada. Yin y yang. Aunque es entendible que si la cuesta está siempre en pendiente descendiente es tarea muy nimia a quien gusta de llevarse al límite. En fin, las bicis, tan únicas, a la vez accesibles y animales.

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