miércoles, 12 de marzo de 2025

Despedida

Dejo mi puesto de trabajo a alguien que lo aprecie. De un tiempo a esta parte he pasado de valorarlo a pensar en él como el principal motivo de todos los males, ya no solo míos, sino del mundo. He resuelto que lo mejor será adelantarse a la previsible explosión no controlada. Así me ahorro ser recordado como aquel que un día entró en combustión, sentado sobre la silla, mirando la pantalla del ordenador con apatía, e hizo venir a los bomberos para evitar que el fuego tomase todo el edificio.

La opción de elaborar una despedida más acorde al ámbito de la empresa, unos párrafos ampulosos hablando de lo humano y de lo divino agradeciendo a todos su labor en estos años y poniendo de relieve su papel en mi crecimiento personal, la deseché pronto. Como un profesor dijo en su día parafraseando a alguien, aunque seguramente esto fuese una licencia estilística, “una excusa es una equivocación bien vestida”. Los días en los que la sonrisa era mi carta de presentación al llegar a la recepción quedan lejos. Porque está claro que los hubo, que mi relación con mi puesto no ha sido insoportable desde el principio, responde a un proceso de maduración y desencanto con la canónica estructura en tres actos de fascinación, comodidad y desapego.

Fascinación
Los muebles son relativamente nuevos, están en buen estado, y el equipamiento informático es de gama alta. Hay café y otras bebidas a disposición de los trabajadores, además de fruta variada. El clima laboral es cordial y las responsabilidades están en consonancia con el sueldo. Todo proceso es nuevo y desafiante. Aprendes a trabajar con nuevos programas informáticos, las jerarquías de poder, las manías y las miserias de los compañeros.

En comparación con experiencias anteriores, este trabajo tiene sus ventajas, como la flexibilidad horaria y las horas extra remuneradas. Tengo opción de aparcar el coche en la puerta y si algún día siento un par de horas antes de que llegue el momento de terminar la jornada que estoy de más, puedo irme a casa y empeñar ese tiempo en tomarme una caña o preparar la comida. Idealizas a algunos compañeros atribuyéndoles cualidades extraordinarias, su pasión te fascina y en parte se contagia. Das crédito a las proclamas del jefe apelando al esfuerzo y la excelencia.

Eres el primero en postularse cuando el jefe de departamento busca un voluntario para la tarea que nadie quiere hacer. Incluso, se da el caso, de que cuando te piden el favor de pasar una tarde por un comercio del centro para hacer una compra para la empresa ni te planteas que has caído en su trampa. Te tienen como quieren, anestesiado por ese clima de buen rollo que te somete sin que seas consciente.

Un ejemplo más. Coges tus primeras vacaciones en la empresa y en el parking del aeropuerto recibes una llamada del trabajo. Sin dudar, coges el teléfono y olvidas durante el tiempo que haga falta que estás de vacaciones.

Comodidad
La silla se ha hecho a la forma de tu culo. El reposabrazos baila y por desidia no ajustas el tornillo que hace falta para que quede como es debido. Asumes que algunos problemas del día a día, insignificantes por lo general, tomen el cariz de irresueltos y, aunque se vuelva sobre ellos una y otra, y una y otra vez, nunca acaben por solucionarse. Los procesos de trabajo y las tareas se automatizan a tal extremo que ahora la novedad se evita para no poner en cuestión la apacible calma. Descubres los vicios de los que se sientan a tu lado. Si alguna tarea no se resuelve en tiempo y forma se relativiza el fracaso. No va la vida en ello, la próxima saldrá mejor. Y si no es así tampoco es para tanto, la medianía es un estado mental apacible en el que rara vez se sufre.

Por fin eres consciente de que ninguno de tus compañeros estará nunca en la carrera por el Nobel. Son gente corriente sin ningún atributo extraordinario y, si me apuras, a pocos les dedicarías tu tiempo si no te estuviesen pagando por hacerlo. Son un paisaje humano confortable por lo conocido. Es la mera repetición lo que les ha hecho tolerables.

Desapego
Te sientas frente al ordenador y en una mañana de trabajo abres la página de El Diario Montañés diez veces, aunque sea para constatar que no ha pasado nada. Las palabras del amado líder ya no las aceptas a pies juntillas y cuestionas su sentido. Piensas en lo difícil que es promocionar y en que ahora haces más cosas que las que deberías por lo que cobras.

Te duele una muela y agotas todo resquicio legal para poder ausentarte aunque sean unas horas. Escurres el bulto y escaqueas tus responsabilidades en cualquiera. Un día el despertador falla, llegas dos horas tarde y no te pones ni un poco colorado.

A propósito de las fruslerías en el comedor, no son más que un ardid para ganar tus favores. La fruta más barata del mercado, el peor café del universo. Aunque siempre puedes hacértelo tú mismo, ¿no? Sí, y convertirte en el camarero encubierto de la oficina. Mejor abrevarse con la pócima de otros.

Lo dicho, lo dejo, ya he dado lo mejor de mí en esta empresa. Espero que la persona que ocupe mi puesto tarde menos en completar el ciclo fascinación-comodidad-desapego y ponga sus energías en otro empleo.

miércoles, 5 de marzo de 2025

AETP

Los cautivos esperan el momento en que les llamen a capítulo. Presuponen que después de cruzar la puerta de la celda donde están hacinados les conducirán a un lugar en el que pondrán fin a sus vidas. Esto concluyen porque nadie ha vuelto después de ser reclamado por los cuidadores, porque nadie en el exterior -pues tienen derecho a comunicarse con sus seres queridos- ha sabido de ellos allá fuera, ese mundo que parece ahora tan remoto.

Las dimensiones de la celda son razonablemente grandes si la ocupasen un número cabal de personas y no las veinte, llegaron a ser veintiséis, que ahora están. Todos son esquiroles del sector del transporte, que lleva semanas en huelga y castiga sin piedad a quienes dudan de la causa.

Han llegado a la celda desde distintos lugares, pero la manera en la que lo han hecho ha sido casi idéntica. Desoyendo la circular del sindicato salen a trabajar de buena mañana. Recogen la mercancía en su origen y se dirigen a su destino. Entre esos dos puntos un piquete les obliga a detenerse. Entre improperios y empujones les obligan a bajar de la cabina del camión. Ya en tierra firme, reciben un fuerte golpe, a veces más efectivo que otras y con la conciencia al mínimo, son introducidos en una furgoneta (hay varias por toda España destinadas a este fin) y son conducidos con los ojos vendados a las coordenadas del lugar donde los tienen cautivos.

Una vez al día tienen un máximo de diez minutos para hablar por teléfono. Los presos dicen en voz alta el teléfono al que quieren llamar, los vigilantes confirman la pertinencia del número y marcan. En una esquina está el teléfono desde el que hablan. Es de admirar el silencio en la sala durante las más de tres horas de llamadas (diez minutos por veinte personas, doscientos minutos). Los retenidos empatizan entre sí, saben que transmitir cierta tranquilidad al exterior es importante para sus interlocutores. Al mínimo que hablasen entre sí, en ese lugar sería imposible mantener una conversación telefónica, con las habituales fallas de estas comunicaciones, que si ahora te oigo peor, que qué has dicho, qué jaleo hay por allí, ¿no?

La escasa higiene empieza a hacerse notar. En el cuarto donde están encerrados tienen una letrina y un plato de ducha. Siempre están ocupados. Cuando eran veintiséis había quien no resistía y meaba en la ducha por imperioso reclamo de la vejiga.

En la puerta de acceso hay una trampilla a través de la cual reciben la comida, que se reparte dos veces al día. Llegan bolsas, el mismo número que reclusos, y cada uno se las administra. Por la mañana es siempre un café con galletas y una pieza de fruta. A mediodía un táper con la misma cantidad de rancho para todos, un trozo de pan y agua. A la noche no reciben nada. Los restos tienen que tirarlos en un cubo de basura que vacían todos los días a la hora de apagar la luz. Acercan el cubo a la puerta, esta se abre y lo dejan fuera. Por cuestiones de seguridad hay una puerta, un descansillo y una segunda puerta. Es una medida preventiva que toman los raptores cuando retiran el cubo y cuando citan a los camioneros. Hay un sistema de megafonía con el que se comunican con ellos. Para preguntarles por el número al que quieren llamar y para requerirles para esa última cita cuyo propósito es incierto.

Algunos de los retenidos no atina a calcular cuántos días lleva allí. En cualquier caso, no pueden ser más de dos semanas pero en ese tiempo hay quien ya ha empezado a perder algo de apego con la realidad. Pasar los días sin un quehacer le condena a uno a divagar y pervertir cualquier pensamiento, que en su nacimiento tuvo un sentido pero con la suma de derivadas, conjeturas y subordinadas pasa a ser una abominación.

Un vigilante ha accedido a revelar qué les ocurre cuando salen de la celda. Al otro lado les espera su pareja en una sala con tres sillones. Cuando el caminero, todos son hombres, ocupa su sitio aún queda uno libre. La emoción desborda al liberado, lo peor ha pasado, o eso piensa. Alguno se pone en lo peor, teme que su pareja esté en la misma penosa situación que él. Esta idea le dura poco, pues recuerda que ha hablado con ella estos últimos días. Recobra la felicidad pero queda un resquicio de duda. Entonces qué hace aquí tan tranquila.

Su condición de disidentes con las directrices del Sindicato Horizontal del Transporte (SHT) no era la causa de haber sido apresados. Todos, los veinte que quedan y los veintiséis que llegaron a ser, son puteros. La Asociación de Esposas de Transportistas Puteros (AETP) vieron alinearse los astros el día en que las noticias reseñaban las confrontaciones entre quienes secundaban la huelga y quienes no. Se hicieron con unas cuantas furgonetas de alquiler siguiendo unos sencillos pasos por internet y salieron a la carretera. Aquellas que no tenían hijos se ofrecieron voluntarias. Sumaron como fuerza bruta para acometer los secuestros a los miembros de una asociación con la que la AETP tiene una estrecha relación. La Asociación de Bares de Carretera (ABC). Hartos de cómo dejan los baños, de las veces que les han traicionado por un bocadillo de una estación de servicio, pero sobre todo simpatizando con las razones de la AETP para urdir el plan.

Este binomio secuestró y retuvo contra su voluntad entre el 10 y el 23 de marzo a: Juan, Javier, Carlos, Higinio, Alberto, Sergio, Juan Manuel, Ricardo, Honorato, Roberto, Pablo, Alfredo, José Carlos, Felipe, Manuel, Roberto Carlos, Francisco, Samuel, Santiago, Álvaro, Ignacio, José María, Raúl, Salvador, Esteban y Pedro.

Una vez estuvieron todos allí reunidos han empezado a desfilar de a uno. Un poco como el paseo de la vergüenza cuando ya de mañana la ciudad despierta y los que vuelven a casa después de pasar la noche en vela tienen que manejar esa situación de ir a contracorriente, de ser señalados. Aunque, claro está, esto no lo saben, apostilla el vigilante, ellos creen que van a morir.

Una prostituta se sienta en el sillón desocupado. Por lo general, no la reconocen, pues no es su costumbre ceñirse a una sola. El rapapolvo es antológico. Más allá de como evidencia física, la puta suele tomar la palabra y dejar por los suelos a Carlos, Higinio, José, Juan, quien sea. Algunos casi hubieran preferido que fuese la muerte la que aguarda tras la puerta.

Ya han pasado seis por este proceso previo a la liberación y el pastel aún no se ha destapado para los cautivos. La AETP se muestra exultante ante el éxito de su plan. Esperan haber finalizado para mediados de abril. Al ritmo de un marido al día, antes de Semana Santa todo habrá terminado. Esperan sirva de escarmiento.