Estamos a 3, pero de diciembre.
Flotando en su música atmosférica. Así estuvieron los 900 fieles, aforo completo, del grupo británico la hora escasa que duró su concierto. Su peregrinación por las salas de conciertos madrileñas había sido tormentosa hasta la fecha. En el 2007 llegaron como abanderados del punk más agresivo, se colgaron de la bola de discoteca de la Moby Dick y causaron heridos con su peligroso directo. Dos años después buscaron la redención con un rock más pausado y oscuro. Pero The Horrors se presentaban el viernes a su auténtica reválida. El veredicto: cumplieron con creces.
Flotando en su música atmosférica. Así estuvieron los 900 fieles, aforo completo, del grupo británico la hora escasa que duró su concierto. Su peregrinación por las salas de conciertos madrileñas había sido tormentosa hasta la fecha. En el 2007 llegaron como abanderados del punk más agresivo, se colgaron de la bola de discoteca de la Moby Dick y causaron heridos con su peligroso directo. Dos años después buscaron la redención con un rock más pausado y oscuro. Pero The Horrors se presentaban el viernes a su auténtica reválida. El veredicto: cumplieron con creces.
La tremenda metamorfosis que han
dejado patente en sus discos tenían que refrendarla en un concierto con el
público divido. Se contaban tantos escépticos como acérrimos seguidores. En la
cola para entrar a la Rock Kitchen se libraban encarnizadas batallas intentando adivinar lo siguiente: cuál de las versiones de los camaleónicos The Horrors
saldría al escenario. Hacía días que se había colgado el cartel de “no hay
entradas”. La espera había llegado a su fin.
Como antesala del quintero de
Southend salieron para caldear el ambiente Cerebral Ballzy. Los neoyorquinos
visitaban España por primera vez. Actuando como teloneros hicieron de
contrapunto perfecto. Sirvieron, también, para recordar el sonido más crudo de
unos Horrors primerizos, que ahora se han puesto la etiqueta de “maduros” y no
frecuentan las canciones de su primer álbum Strange
House. Engancharon con su punk de letras simples sobre: skate, cerveza,
chicas y pizza.
De la mano de su frontman, el cool Honor Titus, que se
fundía con el público y se lanzaba a las primeras filas para sentir su aliento,
consiguieron transmitir su sonido urgente. Los pogos fueron la tónica dominante durante la media hora que
duró su actuación. Increíble en el madrileño acostumbrado a permanecer
impasible en cualquier espectáculo. Su momento álgido llegó con su versión de I Wanna Be Adored de The Stones Roses.
Momentos de impás cuando cesó la
música adolescente y rebelde de Cerebral Ballzy. Más apelotonamiento en las filas
cercanas a las tablas, cuchicheos sobre la canción que abriría. La espera
tampoco fue muy larga. Miles Away, la promotora del concierto, hizo respetar los
horarios. Faris Badwan y compañía tomaron con puntualidad el escenario del
antiguo Katedral, ahora Rock Kitchen, para abrir uno de los conciertos más intensos
de este año, que ya acaba, 2011.
Intercalaron canciones de sus dos
últimas entregas, Pimary Colours
(2009) y Skying (2011). Mezclaron a
la perfección la intensidad de su segundo disco, que les valió para que fuese
calificado como el mejor disco por la revista NME del curso 2009, con los
cortes más pausados, de ritmos sosegados, de su tercer y último disco.
Comenzaron
con Changing the Rain. Aunque el set list no era ninguna
sorpresa. El papel con todas las canciones que tocarían estaba a la vista de
todos junto con sus guitarras y su equipo. Los primeros comentarios se
dirigieron hacia el aspecto del cantante. Una estética con toques indígenas, un
collar estrambótico en el cuello, que pendulaba desde los casi dos metros de
los que colgaba.
Scarlet
Fields después
de I Can See Through You es como
zarandear a alguien que está tumbado, con su cuerpo suspendido en el aire. No
lo tiras contra el suelo porque luego suena otro sonido envolvente que te
reconduce y consigue estabilizarte de nuevo. Así una y otra vez. Esto obligaba
al público a estar en tensión, nunca decaía. El resultado fue bueno. El público
respondió. Era arriesgado prescindir por completo de su primer disco, Strange House (2007), y salir airoso. Y
poner convulsionando a alguien que está sumido en la más absoluta de las paces…
Hay que hacerlo muy sutilmente para que guste.
El concierto, un repaso a lo
largo de sus temas más conocidos, llegaba su fin. Sea Within a Sea sonaba en uno de los momentos más apasionados, los
sentimientos llevados al límite. Comunión absoluta entre las dos partes. La
parroquia se dejaba llevar por donde Faris y compañía marcasen. Se va el
sonido. Se hace el silencio y solo suena la batería. La conmoción es grande.
Consiguen que vuelva cinco minutos después pero es difícil que se alcance la
intensidad, fruto de 40 minutos de un rito espiritual y místico, a la que se
había llegado.
Tocan Still Life, después de dejar Sea
Within a Sea inacabada, y se marchan. ¿Decepción final? No. Mirror´s Image y Three Decades devuelven en su bis el nervio a los que habían
perdido la tensión. La calidad del sonido, la gran y única pega vuelve a ser
normal, tirando a deficiente, como acostumbra la Rock Kitchen, pero no enturbia
sus ganas y la impecable noche. Cierran con Moving
Further Away. Se van, pero que no sea lejos, que por noches como esta, sí
que estaría bien que volviesen. Terminan sabedores de que han saldado deudas
con Madrid y ahora se les conoce por su música y no por sus escándalos. Borrón
y cuenta nueva. Próxima vez, sin fallo de sonido, se consuma el éxtasis, el
trance es completo.
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